¿Acabó la tormenta?

El fuego no se ha apagado. (*)

Para muchos, el inicio del actual Pontificado ha sido como una brisa de aire fresco. El Papa Francisco había sacudido estructuras milenarias, cuestionado enseñanzas consideradas imperecederas, alterado protocolos y, en ocasiones, incluso derogado el Derecho Canónico al gobernar con una actitud autoritaria. Se temía por el futuro de la Esposa de Cristo.

Desde su aparición en la Logia de San Pedro, León XIV quiso marcar una clara ruptura de estilo, presentándose con los atributos pontificios y pronunciando un discurso con un cariz espiritual y no más sociológico. Numerosas intervenciones posteriores han confirmado esta impresión.

Parecía que la Iglesia volvía a la normalidad. Tras doce años de tensión y angustia, muchos fieles se han tranquilizado.

Pero, yo me pregunto, ¿ha pasado realmente la tormenta?

En los últimos años del Papa Francisco, la palabra “caos” se usaba cada vez más entre los expertos vaticanos: caos doctrinal, caos estructural, caos disciplinario, caos regulatorio…

Sacudida por la tormenta, la fe de muchas personas comenzó a tambalearse. Incluso fuimos testigos de algunas apostasías. Hoy en día, muchos se preguntan: ¿Ha pasado ya la tormenta? ¿Puedo finalmente relajarme?

Numerosas actitudes del Papa León parecen indicar, si no el fin, al menos un amainar de la tormenta.

Lo vimos hace unos días mientras portaba el Santísimo Sacramento en la festividad del Corpus Christi, a pie y perfectamente vestido bajo el calor romano. Una visión de otra época que ha despertado, y con razón, entusiasmo, sobre todo en comparación con la poca atención que se le prestó a esta solemnidad en años anteriores.

Lo vimos dirigiéndose a los obispos reunidos en Roma para su Jubileo, llamándolos a la “prudencia pastoral, la pobreza y la perfecta continencia en el celibato”. El Papa continúa: “Junto con la pobreza efectiva, el obispo también vive esa forma de pobreza que es el celibato y la virginidad por el Reino de los Cielos. No se trata solo de ser célibe, sino de practicar la castidad de corazón y conducta, viviendo así el seguimiento de Cristo y ofreciendo a todos la verdadera imagen de la Iglesia, santa y casta en los miembros como en la Cabeza”.

Palabras alentadoras que, lamentablemente, no habíamos escuchado en mucho tiempo.

Este discurso, entre otras cosas, fue interpretado por los vaticanistas como “un duro golpe para los miembros del Sínodo alemán”, como informa Matteo Matzuzzi en el diario La Verità.

Lo vimos mientras recibía a los miembros de la Soberana Orden Militar de Malta, con uniforme de gala y protocolo de Jefe de Estado, rompiendo así con el miserabilismo que había caracterizado el Pontificado anterior.

Lo vimos reiterar, durante el Jubileo de las Familias, que “el matrimonio no es un ideal, sino el canon del verdadero amor entre un hombre y una mujer: amor total, fiel y fecundo”, contradiciendo frontalmente la ideología LGBT.

Lo vimos recordar, durante el Jubileo de los gobernantes, el valor de la Ley Natural, “universalmente válida más allá de otras creencias de naturaleza más cuestionable”. “Con León XIV, tras años de olvido, la ley natural finalmente regresa”, exulta el filósofo Stefano Fontana.

Podríamos extendernos mucho, simplemente enumerando los gestos, palabras y hechos del Papa en este sentido. “Poco a poco, León XIV restablece el orden en la confusión, afirmando, rectificando, corrigiendo cuando es necesario”, escribe la reconocida intelectual católica Jeanne Smits. “Esto demuestra sobre todo que, sean cuales sean nuestras preocupaciones, nuestra impaciencia, nuestros temores, es Dios quien siempre está obrando, es Jesucristo quien lleva el timón de su Iglesia como prometió, incluso en los momentos más oscuros”.

Volvamos entonces a la pregunta: ¿ha pasado realmente la tormenta? ¿Ha terminado realmente la crisis en la Iglesia? ¿Podemos, por tanto, bajar la guardia?

La pregunta es bastante compleja, y la respuesta requeriría mucho más espacio del que disponemos.

Una primera pregunta es: ¿en qué consiste esta tormenta, es decir, esta crisis que azota nuestra Santa Madre Iglesia? ¿Cuándo comenzó? ¿Cuáles son sus características?

Para quienes estudian la historia de la Iglesia, la respuesta es obvia. La crisis no comenzó con la elección del Papa Francisco en 2013, ni con el Concilio Vaticano II en la década de 1960. Sus raíces se remontan al menos a dos siglos atrás, como documenta mi libro “Teología de la Liberación», publicado en 2014 y que puede adquirirse online.

Por lo tanto, no será retrocediendo a 2012, ni siquiera a la década de 1950, es decir, al período inmediatamente anterior al Concilio, que la tormenta se disipará. “Hay todo un mundo que debe ser reconstruido desde los cimientos”, dijo el Papa Pío XII en 1952.

Un mundo, y no solo la Iglesia. La crisis en la Iglesia va de la mano con la crisis en la sociedad, de la cual es un reflejo. No se puede resolver una sin resolver simultáneamente la otra.

Se necesita una conversión profunda y total, que no solo implica volver al buen camino, sino abandonar con decisión los caminos equivocados que nos han conducido a la actual situación de crisis.

Por lo tanto, cualquier gesto dirigido a devolver a la Iglesia a la normalidad, es decir, a la centralidad de Nuestro Señor Jesucristo, como dijo el Papa León en su discurso inaugural, es bienvenido. Es nuestro deber recibirlo, alabarlo, alentarlo y difundirlo.

Es nuestro deber, en particular, orar para que estos gestos se multipliquen, produzcan buenos frutos y acerquen a los fieles a esa conversión profunda y total que solo devolverá a la Iglesia al buen camino.

Sin embargo, junto con la calma recién encontrada, no faltan algunos signos de aprensión. Durante muchos años, ha habido una ausencia de condenas o, al menos, censuras de tesis erróneas o heréticas en muchas facultades teológicas y filosóficas católicas, en muchos seminarios y en muchos púlpitos.

Muchos sacerdotes, especialmente los mayores de sesenta años, han asimilado como un dogma el lema de que “todo tiene que cambiar” en la Iglesia, y muchos cambios han dado frutos tóxicos. Muchos de ellos ostentan el poder en las diócesis y en el episcopado.

No todo puede cambiar de un día para otro, ni siquiera de un mes para otro. Siglos de Revolución no desaparecerán tan fácilmente. Debemos dar tiempo al tiempo.

¿Qué significa todo esto? Que hay mucho, muchísimo, por hacer. La tormenta, por desgracia, no ha terminado.

Sea como sea, nos corresponde, en justicia, mostrar la alegría, la gratitud y, sobre todo, la esperanza que sentimos al ver que, en medio del fuego que arde en la Iglesia de Dios, este alivio llega como un bálsamo refrescante.

También creo que un poco de agua fresca no apaga el incendio; sin embargo, eso no impide que la acojamos con gratitud. Sobre todo, porque no podemos asegurar que será la única.

¿Acaso los gestos del Papa León, destinados a normalizar la vida de la Iglesia, no fueron más o menos inesperados? ¿No nos invita esto a esperar que otros soplos de esperanza sigan en la misma línea?

* * *

Por Julio Loredo de Tradizione, Famiglia e Proprietá, en su Canal “Visto desde Roma”. Si desea ver el video: https://www.youtube.com/watch?v=52mBGCE9W2c

Créditos: (*) Foto de ardin vermeulen en Unsplash

Comparta con sus amigos
24/07/2025 | Por | Categoría: Crisis de la Iglesia, Formación Católica, Situación Internacional, Tendencias
Tags: , , , ,

Deje su comentario