La mentalidad de la «tercera Familia» es universal. Suspiran delante de la contradicción caótica de nuestros días, se aturden… y no pasan de esto. Ser coherentes les parece duro, desalmado, rígido. En una palabra, inhumano.
Vivimos en pleno caos.
Al leer esta frase inicial, habrá quien haya pensado: «¡Qué manera banal de comenzar éste artículo!»
Realmente, banal, banalísimo.
Y ese concepto, ya de por sí banal, lo presento en su forma más elemental y, por así decir, perogrullesca, para realzar hasta el paroxismo su banalidad. De este modo puedo hacer sentir a los lectores, incluso a los más optimistas, hasta qué punto es verdadero, evidente, indiscutible, que vivimos realmente en un caos. Ya que, en este caso, como muchos otros, banalidad es sinónimo de evidencia.
Esa sensación de lo caótico nos asalta a cada paso, en la vida cotidiana. En todo momento vemos personas cuyo procedimiento de hoy está en contradicción con el de ayer, y entrará en contradicción con el de mañana. A veces, en la misma conversación, e incluso en una misma frase, nuestro interlocutor exterioriza convicciones que la lógica señala como incompatibles entre sí. Y es cada vez más raro que encontremos personas que se manifiesten coherentes con algunos tantos principios fundamentales en todo cuanto piensan, dice y hacen.
En la apreciación de este cuadro, las personas se clasifican en tres principales familias de almas:
a) Unos “los menos numerosos” comprenden, admiran y aplauden la coherencia. Por esto, estigmatizan la ilogicidad del ambiente y le imputan los peores frutos presentes y futuros;
b) otros cierran los ojos y, cuando no pueden dejar de verlo, procuran justificarlo: la contradicción sería, según ellos, la ruptura necesaria del equilibrio ideológico de otras eras, el efecto típico del tumultuar fecundo de las épocas de transición. Por esto, la contradicción no produce desastres, sino en la epidermis de la realidad, y tiene que ser vista en último análisis, con benigna y sonriente indulgencia. La familia de almas que piensa de este modo era muy numerosa hasta hace algunos años. Pero viendo que el así llamado tumultuar fecundo de las contradicciones va tomando el cuño de una farándula de ritmo endiablado y consecuencias siniestras, van siendo más raros los que consiguen sustentar ante ella la despreocupación risueña y benigna de otrora;
c) bastante más numerosas son las personas que constituyen el tercer grupo o familia de almas. Suspiran delante de la contradicción caótica de nuestros días, se aturden… y no pasan de esto. Cambiar de posición les parece imposible. Pues aunque la contradicción las asuste, por otro lado, antipatizan, en lo más profundo de su alma, con la coherencia. Les gustaría prolongar, contra viento y marea, su mundo agonizante, que resulta del «equilibrio» de ideas contradictorias, las cuales se «moderan» unas a las otras, en amable coexistencia. Y como para esa familia de almas las ideas están hechas para flotar en el aire, sin relación con la realidad, no hay, según ella, el menor riesgo de que ese «equilibrio» de contradicciones venga a romperse algún día, perjudicando el pacato y buen ordenamiento de los hechos.
Esta situación, intrínsecamente desequilibrada, es vista por esta familia de almas como la quintaesencia del equilibrio. Y como la experiencia prueba irrefutablemente la inviabilidad de ese equilibrio, ella se encuentra delante de una opción que la aterroriza: por un lado, el caos entra como un tifón dentro de su casa y de su vida y, por otro lado, una coherencia que parece correcta tal vez en el plano de la lógica, pero dura, desalmada, rígida, en una palabra, inhumana. Trémulas delante de esta opción, las personas pertenecientes a esta familia de almas se detienen. Y se quedan suspirando de brazos cruzados, a la espera obstinada de alguna cosa que haga pasar el caos, sin que se tenga que implantar el reinado de la coherencia. Vamos a los ejemplos concretos, en relación a la tercera familia de almas.
Esta situación, intrínsecamente desequilibrada, es vista por esta familia de almas como la quintaesencia del equilibrio. Y como la experiencia prueba irrefutablemente la inviabilidad de ese equilibrio, ella se encuentra delante de una opción que la aterroriza: por un lado, el caos entra como un tifón dentro de su casa y de su vida y, por otro lado, una coherencia que parece correcta tal vez en el plano de la lógica, pero dura, desalmada, rígida, en una palabra, inhumana. Trémulas delante de esta opción, las personas pertenecientes a esta familia de almas se detienen. Y se quedan suspirando de brazos cruzados, a la espera obstinada de alguna cosa que haga pasar el caos, sin que se tenga que implantar el reinado de la coherencia. Vamos a los ejemplos concretos, en relación a la tercera familia de almas.
Las imposiciones de la dictadura de la mediocridad
¡Cuántos hogares hay que acogen con una sonrisa cómplice la novela de televisión inmoral, o el libro sentimental y sensual, que pinta con colores fascinantes la imagen de la vida más disoluta!
En este hogar se nutre la certeza de que tales ilusiones no producen sino efectos platónicos. Sin embargo, si el hijo o la hija se descarrían, declaran que «ya no entienden nada», y que «el mundo de hoy es un caos».
Cuántos propietarios proclaman ante de sus hijos o sus empleados las ideas más radicalmente igualitarias; toda superioridad de categoría es para ellos un insulto a la dignidad humana. (Esto no le impide por lo demás hacer buenos negocios y conseguir opulentos lucros…) Si su hijo, o su hija, se vuelven comunistas, se asustan. Si el empleado bien remunerado hace agitación, se desconcierta. No comprende que el caos y el desorden que él mismo predicó hayan producido frutos amargos de caos.
Sin embargo, en la misma familia que imaginamos, en que entran la novela y el libro inmoral, el padre y la madre a veces predican también, para mantener el equilibrio basado en la contradicción, algunos principios cristianos de moral o de orden. Hablan sobre la legitimidad de la propiedad, declaman contra el Comunismo y mantienen el respeto por ciertas tradiciones morales.
En la misma fábrica cuyo dueño se dice socialista avanzado, se hace propaganda anticomunista. Y si de repente, un hijo suyo o un obrero, se dedica a la defensa de esos principios, la sorpresa, primero, y la antipatía después, son enormes. ¿Cómo imaginar que ese «equilibrio» se desatase en una opción coherente? ¿Que esos principios pudiesen dejar el mundo platónico de las ideas para engendrar militantes que los quisiesen inserir en el orden concreto de los hechos? ¿Cómo aceptar la presencia, en la convivencia familiar, de personas coherentes, lógicas, que toman en serio lo que se les enseñó sobre los fundamentos del orden social y de la Civilización Cristiana?
Así, en suma, en esa familia de almas se profesa un cómodo y risueño desorden de ideas. Desorden que viene de la convivencia, en una región totalmente platónica, entre fragmentos de bien y de mal, de error y de verdad. Algunos, en ese ambiente, optan por la integridad del desorden. Otros, por la del orden. Y por esto, en esa familia de almas se hunde en el susto y el llanto.
La situación de esa familia de almas suscita problemas de la mayor importancia. ¿La ruina de este equilibrio de contradicciones no implica una marcha hacia la unilateralidad, la exageración, en suma, la radicalización?
¿En caso afirmativo, lo contrario de la radicalización es la incoherencia?
En estas preguntas se retuerce y aflige hoy, la tercera familia de almas.
Deseo tratar de ellas próximamente.
«Folha de S. Paulo», 23 de Octubre de 1968