Los abortistas, que sin ningún escrúpulo relegan a los nonatos a la condición de desechos, súbitamente sienten pena y piedad por la criaturas deformes. Sin embargo, cosa singular, ¡las aman tanto que desean matarlas!
Es el mismo argumento absurdo por el que un fin presumiblemente bueno podría justificar un medio intrínsecamente malo.
La ilegitimidad del Aborto inducido es independiente del grado de infortunio o de cualquier circunstancia dramática que pueda aquejar a la madre o a la criatura.
Si por causa de riesgos inherentes a la gestación, los padres tuviesen el derecho de suprimir la vida del feto, entonces el derecho al aborto existiría para todo y cualquier embarazo.
Más aún, existiría el derecho de interrumpir la vida después del parto, cuando la criatura nacida estuviera en una situación de grave adversidad o de irreparables malformaciones. Esta actitud es evidentemente absurda porque los individuos minusválidos merecen la misma protección que todos los hombres, antes y después del nacimiento.
Por otra parte, se alega que una madre con SIDA trasmitirá la enfermedad a su hijo. el someterse al aborto no librará ni inmunizará a la madre respecto al HIV.
Además, el test del SIDA solamente resulta positivo al 30 % de hijos de portadoras de HIV. Esto no significa necesariamente que el virus del SIDA esté presente en él, sino que demuestra la existencia de los anticuerpos contra éste, probablemente de la sangre materna, que desaparecerán un tiempo después del nacimiento. Sometida la madre a un adecuado tratamiento, sólo el 7 % de los niños tendrán probabilidades de contraer esta enfermedad.
Puestas así las cosas, no tiene ningún sentido argumentar a favor del aborto aduciendo posibles sufrimientos del niño por nacer, que en muchísimos casos serán evitados gracias al avance de la medicina.
A propósito de la mal formación del feto como pretexto para la práctica del aborto, es concluyente el testimonio dado por el jurista Celso Bastos, renombrado constitucionalista brasileño, en una entrevista a la revista “Catolicismo”:
«Participé de una discusión en la que un médico, dueño de diversas clínicas, defendía el aborto. El decía que con un aparato de ultrasonidos, se puede conocer con un 80 % de certeza si el feto sufre de mongolismo, en cuyo caso podría ser abortado. Entonces le pregunté, ya que admitía un 20 % de inseguridad, ¿por qué no dejar nacer a la criatura y matarla después? Entonces tendríamos un 100 % de certeza. El no tuvo respuesta y se irritó.» [1]
¿Sin embargo, no es sumamente cruel condenar a esos niños gravemente enfermos o discapacitados a una vida desgraciada, con las consiguientes complicaciones de todo orden para sus padres?
Sorprende sobremanera la facilidad con la cual, para justificar el aborto, se supone que toda persona gravemente enferma o discapacitada prefiere morir a soportar grandes sufrimientos a lo largo de su vida.
Aún sin tomar en consideración las sublimes verdades de la Fe, que dan sentido a los mayores infortunios, de acuerdo a investigaciones bien documentadas «no existen diferencias entre personas discapacitadas y personas normales en lo referente a grado de satisfacción, perspectivas en cuanto al futuro inmediato y vulnerabilidad a la frustración».
En ese sentido, es revelador el testimonio de W. Peacock:
«A un grupo de 150 pacientes no seleccionados de espina bifída, se les preguntó si sus deficiencias hacían que la vida no mereciera vivirse, y si se les debería haber ‘dejado morir’. La respuesta unánime fue enérgica: ¡por supuesto que querían vivir! [2]
Con relación a los padres, para no abundar en las razones ya expuestas, nos limitamos a narrar el ejemplar comportamiento del matrimonio Armas, cuya historia se conoció a través de Internet y que responde cabalmente a esta pregunta.
Julie y Alex Armas lucharon mucho tiempo por tener un bebé. Julie, una enfermera de 27 años de edad, sufrió dos pérdidas antes de quedar embarazada del pequeño Samuel. Sin embargo, cuando cumplió 14 semanas de gestación comenzó a sufrir fuertes calambres. Una prueba de ultrasonido mostró las razones. El cerebro de Samuel lucía deforme y la espina dorsal se desprendía de una columna vertebral que también presentaba anomalías; el bebé sufría de espina bífida y podían decidir entre un aborto o un hijo con serias discapacidades. Según Alex, el aborto nunca fue una opción.
Antes de dejarse abatir, la pareja decidió buscar una solución por sus propios medios y fue así como ambos comenzaron a solicitar ayuda a través de Internet. Así fue como se conectaron con el Dr. Joseph Bruner y su equipo que decidieron intervenir al niño sin sacarlo del útero.
La espina bífida puede llevar al daño cerebral, generar diversas parálisis e incluso una incapacidad total. Sin embargo, al ser corregida antes que el bebé nazca, se tienen muchas más opciones de curación. Aunque el riesgo era grande la operación fue un éxito.
Un fotógrafo registró la cirugía practicada al feto de 21 semanas de gestación y captó cómo la criatura sacó su pequeñísima mano desde el interior del útero de su madre e intentó sujetar uno de los dedos del médico que lo estaba interviniendo.
Después del nacimiento, los padres de Samuel dirigieron una carta a todos los amigos que en el mundo se unieron en oración por el bebé y adoptaron su conmovedora historia como estandarte de la lucha contra el aborto. [3]
La vida es «un valle de lágrimas» y la peor solución es querer huir de esta realidad, pues pone al descubierto, además de la cobardía, la falta de Fe y de sentido común.
Es una utopía utilizar el argumento de la “calidad de vida” para justificar un aborto. El ya citado Dr. Jerôme Lejeune recuerda a un colega norteamericano que le hizo esta confidencia:
“Hace unos años mi padre era un médico judío que ejercía su profesión en Austria. Un día nacieron dos bebés en su clínica. Uno era vigoroso, gozaba de buena salud, daba fuertes gritos. Sus padres estaban muy orgullosos y contentos. El otro bebé era una pequeña niña, pero sus padres estaban tristes porque sufría el síndrome de Down. Seguí sus vidas durante casi 50 años. La hija creció en casa y finalmente se la destinó a cuidar a su madre durante la larga enfermedad que ésta sufrió después de un paro cardíaco. No recuerdo su nombre. Sin embargo, sí recuerdo el nombre del niño, pues él creció para matar a millones de personas. Murió en un bunker en Berlín. Su nombre es Adolf Hitler” [4]
[1] Cfr. “Catolicismo”, San Pablo, Brasil, nº 525, septiembre, 1994.
[2] Cfr. W. Peacock, comunicación personal a D. Shewmon en «Active Voluntary Eutanathia», «Issues in Law and Medicine», 1987; en Dr. Jack Willke y Bárbara Willke, «Aborto, preguntas y respuestas», op. cit., p. 209.
[3] Cfr. «Padres de Samuel dirigen carta a pro-vidas del mundo», ACI Digital, http://www.aciprensa.com, 11-12-99, en «Mitos y Realidades…», op. cit., Mito Nº10
[4] Cfr. Barbara & Jack Willke, «A genetique choice», Right to life of greater Cincinnati, Newsletter, Enero de 1966, p. 3.
Excelente artículo que muestra lo que significa el aborto y que la vida vale más que cualquier defecto con que pueda nacer la creatura. El aborto amén de ser un crimen no soluciona los problemas de la madre. Al contrario, los aumenta y de por vida. No es fácil cargar con un asesinato de su propio hijo.