El creador de «Parisian Gentleman» declara: «La pulidez se ha transformado en el heroísmo de lo cotidiano». Frase simple, pensamiento profundo, verdad incontestable. No cabe duda que esa pulidez y esa cortesía no se alcanzan sin un cierto heroísmo que supone esa renuncia de sí mismo por algo que es más que uno mismo.
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Vivimos en una sociedad cada día más «espontánea», como dirían algunos, pero en el fondo más vulgar, más ordinaria y por lo tanto menos civilizada. Para no pocos, esa espontaneidad se les figura como una conquista de las libertades de que tanto se habla.
Llevo mucho tiempo pensando en el tema del respeto – tan querido por nosotros en Chile – y por así decir su hermanas mayores: la cortesía y la pulidez, que llevan a la primera a su grado de perfección más propio, sobre todo entre cristianos.
Curiosamente por esa falta de pulidez y cortesía mucho de nuestra vida de todos los días perdió su brillo y expresión. Y somos muchos los que sentimos una especie de orfandad en esa materia tan importante.
He escuchado variadas conferencias y reflexiones substanciosas de académicos franceses que me han ilustrado no poco sobre el tema. Incluso una vez leí una ingeniosa metáfora, que comparaba la cortesía a esos papelillos «inútiles» que ponemos entre la vajilla y cristalería cuando vamos a hacer una mudanza. Y la importancia de esos papelillos «inútiles», que al final terminan salvando la cristalería de daños y trizaduras.
Análogamente ocurre en la sociedad, pues la vida en sociedad podría definirse como la negación del egoísmo en favor de una buena convivencia. Es decir, está subyacente una noción de sacrificio que la persona se impone a sí misma en favor de sus semejantes, y que comunica a la vida un verdadero encanto, porque va más allá de un simple utilitarismo práctico, para convertirse – cuando es por amor de Dios – en un verdadero ejercicio de la virtud de la Caridad cristiana.
Este ejercicio – no nos engañemos – trae un cierto esfuerzo y renuncia que nacen de la generosidad. Es más fácil y cómodo (en apariencia) tomar el primer lugar en un sitio, pasar delante de otros por una puerta, saludar con menos amabilidad, vestirse peor, etc. Todo esfuerzo y esmero exige sacrificio, y el hombre de hoy en día – neopagano y naturalista como es – quiere todo menos sacrificarse.
En ese sentido escuché el otro día un pensamiento de un intelectual francés que se dedica a la moda que declaraba de modo brillante: «La politesse est devenue l’héroïsme du quotidien» (La pulidez se ha transformado en el heroísmo de lo cotidiano). Frase simple, pensamiento profundo, verdad incontestable. No cabe duda que esa pulidez y esa cortesía no se alcanzan sin un cierto heroísmo que supone esa renuncia de sí mismo por algo que es más que uno mismo.
Pienso que son temas que deberían ser urgentemente rescatados, conversados, y… sobre todo practicados. De ese modo veríamos trizarse muchas menos «cristalerías» a nuestro alrededor.