Nuestra época tiene un horror fundamental a todo sufrimiento, lo que conduce a ocultar el dolor y presentar el Universo como un paraíso de delicias.
Fisonomías totalmente distendidas. Sonrisas en todos los labios.
Actitudes que expresan un alto grado de bienestar físico y psíquico. Los trajes en colores grises claros y discretos refuerzan esa impresión.
¿Que hacen estos jóvenes?Si estuviesen en un salón de té o en un salón “cursi”, su actitud no sería diferente. Pero ¿que es esta mesa? ¿Juegan en ella algún nuevo y extraño juego que les da tanta y tan distendida distracción? Lejos de esto. Son obreros que trabajan en una fábrica…
Esta visión del trabajo es evidentemente mentirosa. Todo trabajo exige esfuerzo. Y el esfuerzo cansa, pesa y desgasta. Ahora bien, en esta fotografía precisamente las ideas de cansancio, peso y desgaste están enteramente eliminadas. Se diría que no existió el Pecado Original, y que el sudor “ese terrible símbolo del esfuerzo penoso” no es inherente al trabajo.
Claro está que en circunstancias especiales la actividad profesional puede ser sumamente apacible y distendida. Pero esas circunstancias son efímeras. Por poco que el trabajo se prolongue o se repita, el cansancio y la impresión penosa de lucha comienzan a aparecer.
Que un diseñador haya resuelto presentar bajo esa falsa luz el trabajo, no es cosa de mayor monta. Lo importante está en que su diseño es expresión típica de una tendencia muy generalizada en nuestra época: un horror fundamental a todo sufrimiento que conduce a ocultar el dolor y presentar el Universo como un paraíso de delicias.
Entender la angustia del hombre contemporáneo
El dolor sería principalmente producto subjetivo de la mente. Si el hombre sonriese delante de todo habría eliminado el sufrimiento, si no totalmente, al menos en grandísima medida.
De ahí viene la famosa frase: aunque se quiebre la pierna, continúe sonriendo.
Es esta concepción de la vida, fútil, falsa, que engaña sólo a los tontos, lo que la fotografía expresa. Ella se resume en dos palabras: neopaganismo naturalista.
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Rostro alargado, trazos finos y firmes, la mirada penetrante y decidida, sosteniendo con vigor varonil un gran remo, este pescador vasco tiene una ruda profesión en que su alma se modeló y dignificó.
En todo el sentido de la palabra él es un hombre. Un hombre que tiene la altanería caballeresca de un verdadero cristiano, de un católico auténtico.
Toda su personalidad está marcada por el esfuerzo, por la lucha, por el riesgo. Se ve que innumerables veces enfrentó los furores o las traiciones del océano y los dominó. Y que está totalmente dispuesto a una serie incontable de otras empresas audaces.
Subyacente a la fisonomía de este trabajador y al ambiente que ella trae consigo, está toda una concepción católica del trabajo y del dolor.
El sufrimiento existe. Pero es un don admirable de Dios para que el hombre, auxiliado por la gracia temple y eleve su personalidad. San Francisco de Sales llamaba al sufrimiento el octavo sacramento.
Ocultar el dolor es esconder uno de los más nobles e importantes aspectos de la existencia. Si se analiza bien la vida, se verá que casi toda o toda la belleza que ella contiene resulta de un dolor nítidamente previsto y noblemente soportado hasta el final.
¿Que sería de este pescador sin las grandes luchas de su existencia? ¿No son ellas su genuina y rutilante gloria?
Es obvio que sin el auxilio de la gracia, el hombre no puede soportar rectamente y en su totalidad los esfuerzos y sacrificios de mil géneros que la vida impone.
Pero cuando el alma corresponde a la gracia, ella es capaz de esa gran y gloriosa conformidad con el dolor. De ahí la concepción católica del trabajo en que precisamente lo que este tiene intrínsecamente de más bello está en ser penoso.
Revista Catolicismo, Marzo de 1958