Vejez: ¿decrepitud o apogeo?
Fue a la inteligencia rutilante de lucidez y la voluntad de hierro de Winston Churchill, que un gran pueblo confió la más difícil de las tareas: reerguir un Imperio decadente
Nuestra primera fotografía lo presenta alrededor de los 30 años.
Es indiscutiblemente un joven con buena apariencia, inteligente, de futuro.
Pero ni su mirada tiene la profundidad, ni el porte, ni la seguridad; ni la fisonomía la fuerza hercúlea de la fotografía de Churchill en su vejez, que presentamos en segundo lugar.
La juventud sin duda se fue, y con ella la lozanía. Pero el alma creció mientras el tiempo marcaba implacablemente el cuerpo.
Y este alma es por sí sola la columna sobre la cual reposa todo un Imperio.
Esta es –incluso en el orden meramente natural– la gloria y la belleza de envejecer.
La suma virtuosa de las edades del hombre
¡Cuantos y cuanto más concluyentes serían esos comentarios si quisiésemos considerar los aspectos sobrenaturales del asunto!
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