Un conmovedor retrato de los últimos días de Don Luis, centrado en su fe, sus pequeños placeres y su serenidad ante la muerte. A través de recuerdos y gestos cotidianos, se revela la sabiduría de una vida vivida con profundidad y autenticidad. Invita a la reflexión sobre el valor de lo sencillo y la trascendencia de los momentos más pequeños en el camino hacia el final de la vida.

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En el último tramo de su vida, Don Luis dejó una impresión duradera en quienes lo rodearon. Su forma de afrontar la enfermedad, su devoción religiosa y los pequeños placeres que encontraba en su día a día ofrecieron un retrato conmovedor de su carácter y su fe. A través de sus últimos momentos, se revelaron facetas de su personalidad que hablaban de una vida vivida con profundidad y autenticidad.
En este relato, comparto algunos de los recuerdos más significativos que marcaron sus últimos días. Estos momentos, cargados de ternura y reflexión, no solo capturan la esencia de Don Luis, sino que también invitan a una contemplación sobre la vida, la fe y el sentido de las pequeñas cosas que, a menudo, nos pasan desapercibidas.
En los últimos días de su vida, Don Luis encontraba un particular deleite en comer frutillas. El frescor de estas frutas parecía agradarle profundamente. A veces, cuando escuchaba la palabra “frutillas”, sus ojos se abrían con una chispa de alegría, como si se sumergiera en un mundo de recuerdos agradables.
Recuerdo un día en que nos encontramos en la calle y andaba como un niño, agitado, como a quien le hubiera dado un vuelco el corazón, porque había perdido el medallón de Mater Boni Consili. Le ayudé y lo buscamos juntos por la calle, pero fue en vano. Quedó un tanto desconsolado, cómo pensando que hubiera sido una pequeña retracción de Nuestra Señora. Yo le dije, que al contrario, que Nuestra Señora ese día había querido hacerle un poco más de Ella, al hacerle notar lo que pasa si Ella se retira un sólo momento…
A menudo, cuando yo le hablaba de indulgencias plenarias, etc. él me decía que esas cosas le encogían el alma… Dando a entender que era una visión estrecha y tacaña de la Religión, una especie de religión contable…

Recuerdo un día en que, después de una jornada en el laboratorio, Don Luis llegó fatigado en un taxi. Saqué de mi mochila dos estampas que habíamos usado durante nuestras visitas a la clínica: una del Sagrado Corazón y otra de Nuestra Señora de origen alemán. Con gran decisión me dijo que quería que esas estampas estuvieran con él en su ataúd, y así se hizo.
Don Luis solía describir a Nuestra Señora como la brisa de la tarde. En días templados, al sentir la fresca brisa de la tarde, solía decir: “Nuestra Señora es la brisa de la tarde”.
En uno de los últimos días que pasé con él, su hermana y la enfermera estaban presentes cuando, con gran satisfacción y de manera muy graciosa, me mostró las manos y dijo: “¡me han cortado las uñas!” Este gesto simple y su entusiasmo nos mostraban un lado entrañable de su carácter.
Entre sus últimas comidas, disfrutó especialmente de unos camarones con ensalada y una cerveza Peroni, su favorita. La alegría que experimentaba al ver las flores regadas por la enfermera, lavandas y cardenales, le alegraba la vista y le daba algo de consuelo.



Paseábamos casi a diario, y uno de nuestros recorridos era en primer lugar ir a un pequeño oratorio que está en Nuestra Calle, y que es una gruta de Lourdes, pero donde también pusieron una imagen de la Virgen de Guadalupe. Rezábamos unas ave marías y él rezaba al final. Ntra. Sra. de Lourdes, rogad por nosotros, Nuestra Señora de… y muchas veces me decía de modo gracioso: «¿cómo se llama?» y yo le decía Guadalupe – es que no le venía a la mente. Curiosamente en su agonía le escuché decir, casi sin fuerzas para hablar: «Nuestra Señora de Guadalupe».
También en la agonía le acerque una reliquia de San Charbel diciendo «San Charbel ora pro nobis», y él sacó los labios para besarla. Al final de la agonía, la enfermera y yo le oímos decir con pocas fuerzas: «esto es agotador», y creo que dijo también: «no aguanto más».
En sus últimos días en la clínica, tenía que alimentarlo yo mismo, ya que le temblaban los brazos y no podía comer por sí solo. Era muy bonito ver el gusto con el que comía todavía.
Don Luis mantuvo un ánimo y una conformidad admirables hasta el final. Durante los últimos meses de su enfermedad, me pedía que rezara para que pudiera soportar el sufrimiento, ya que sentía que le faltaban fuerzas. «Rece para que aguante», me decía.
Era el día de Navidad o el día después, y le leí las palabras del Dr. Plinio en el entierro de Fabio Vidigal, en que Dr. Plinio decía que Fabio, cuando vio acercarse la enfermedad y la muerte, la miró de frente, con serenidad y conformidad, y añadía que en esos momentos que el mundo llamaría de desdicha, Fabio llegó a su cima, y que Nuestra Señora lo preparaba así para el gran lance de la vida, para el auge de toda su acción como dirigente de la TFP, y que este auge se dio en el momento que Fabio ofreció su vida a la Santísima Virgen. Cuando terminé de leerlo quedó emocionado, encantado y muy tocado. Yo creo que fue una gran gracia para él. De hecho se podrían aplicar a Luis las palabras que el Dr. Plinio dijo de Fabio.
En esa Navidad, el Belén que solemos montar parecía haberle brindado una especial alegría, pues era una de las pocas maravillas que tenía a la vista en unos momentos que las fuerzas le iban faltando cada vez más.
Eran momentos antes de la cena de fin de año. El no quería cenar en el comedor pues estaba en «robe de chambre». Como estábamos solos, yo hice cuestión de llevarle al comedor en la silla de ruedas.
Al pasar por el Belén paré la silla y el se quedó mirando y con cierta emoción – él era de pocas emociones – dijo: mirando la escena del Nacimiento: ¡»Cómo los hombres pueden ser tan brutales…!»
Yo había traído algo más especial como machas a la parmesana, carne y pandoro, junto con algún buen vino. El comió con gran satisfacción especialmente las machas junto con el buen vino blanco que le ofrecí.
Los días finales en la sede, casi todo en él me parecía gracioso: expresiones fisionómicas, gestos, palabras. Yo decía a veces: «¡qué gracioso!», y otro colega me decía que en vista de la tragedia como podía decir yo eso. Pero para que se entienda bien, resulta que en los días finales su lucidez era muy escasa, y en medio de su pérdida de lucidez, movimientos involuntarios, expresiones sin sentido, etc. a mi modo de ver salía al exterior algo del Luis profundo, y lo manifestaba un poco como los niños pequeños. A mí me hacía claramente notar en ello un fondo de inocencia que me encantaba, y justo por eso lo encontraba gracioso. Se dice que la vejez es la suma de las edades. El nunca fue viejo realmente, pero en su avanzada edad tenía un frescor de la niñez que se manifestaba en no pocos momentos..

Don Luis tenía un especial aprecio por la frase del Eclesiástico 24: “Ego mater pulchrae dilectionis, et timoris, et agnitionis, et sanctae spei”, que significa: “Yo soy la Madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza”. Había escrito esta frase en la entretela de su hábito camaldulense y siempre la recordaba con alegría. Hoy esa frase figura grabada en el lugar donde reposan sus restos mortales.
Pidámosle hoy a Luis del Sagrado Corazón, que nos ayude intercediendo por los que todavía estamos aquí abajo.
Gracias infinitas por compartir tan inspirador relato.
Tuve el honor se conocer y recibir recomendaciones personales sobre el futuro de la sociedad salvadoreña. Nuestra Madre tenga en su presencia a Don Luis.
Respuesta a Felipe: Es que Luis del Sagrado Corazón fue, es y siempre será todo un personaje…
Emocionante y jugoso relato, sobretodo para quienes lo hemos conocido. Edificante y muy simpático! Me guardo para mi la invocación: “Yo soy la Madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza”. Magnífico.