En nombre de la libertad de expresión se pretende hoy dar rienda suelta a todo tipo de espectáculos inmorales y hasta blasfemos. La libertad de expresión no autoriza la difusión de lo inmoral y peligroso para la fe y las buenas costumbres
“Asimismo no se puede aceptar la teoría de los que a pesar de los desastres morales y materiales causados en el pasado por semejante doctrina, sostienen la llamada «libertad de expresión», no en el noble sentido indicado antes por Nos, sino como libertad para difundir sin ningún control todo lo que a uno se le antoje, aunque sea inmoral y peligroso para la fe y las buenas costumbres.
“La Iglesia, que protege y apoya la evolución de todos los verdaderos valores espirituales —así las ciencias como las artes la han tenido siempre como Patrona y Madre— no puede permitir que se atente contra los valores que ordenan al hombre respecto de Dios, su último fin.
«Por consiguiente, ninguno debe admirarse de que también en esta materia ella tome una actitud de vigilancia, conforme a la recomendación del Apóstol: «Omnia autem probate: quod bonum est tenete»[1].
“Así que se ha de condenar a cuantos piensan y afirman que una determinada forma de difusión puede ser usada, valorada y exaltada, aunque falte gravemente al orden moral con tal de que tenga renombre artístico y técnico.
«Es verdad que a las artes —como hemos recordado con ocasión del V centenario de la muerte del Angélico— para ser tales no se les exige una explícita misión ética o religiosa».
«La belleza en lo cotidiano nos conduce a Dios»
Pero «si el lenguaje artístico se adaptase, con sus palabras y cadencias, a espíritus falsos, vacíos y turbios, es decir, no conformes al designio del Creador; si, antes que elevar la mente y el corazón hacia nobles sentimientos, excitase las pasiones más bajas; hallaría con frecuencia resonancia y acogimiento, aun sólo en virtud de la novedad, que no es siempre un valor, y de la parte exigua de realidad que contiene todo lenguaje.
Sin embargo, un arte tal se degradaría a si mismo, haciendo traición a su aspecto primordial y esencial, ni seria universal-perenne, como el humano espíritu, a quien se dirige».
Carta Encíclica Miranda Prorsus del Sumo Pontífice Pío XII, sobre el cine, la radio y la televisión, 8 de septiembre de 1957 – Libreria Editrice Vaticana – [1] I Tes. V, 21-22