Un homenaje a la Reina que se sacrificó viviendo a la altura de la dignidad y majestad de su cargo. Llenó su reinado de belleza y estabilidad. Hasta los últimos días de su vida, cumplió sus deberes con conmovedora abnegación, solicitud y cariño.
Una era se cerró con el fallecimiento de la Reina Isabel II.
Podemos decir que el siglo XX terminó oficialmente con la caída del último pilar del orden de la posguerra.
La Reina tenía sus defectos. Al recordarla, algunos denuncian muchas de sus decisiones políticas. Otros señalan las cosas deplorables que sucedieron bajo su reinado o el comportamiento escandaloso de los miembros de la Familia real.
Sin embargo, debemos mirar más allá de la persona y la política para comprender su papel simbólico en un mundo caótico.
Isabel II no fue solo una figura política. Ella representó al Reino Unido ideal para el mundo. Cuando aparecía en el balcón del Palacio de Buckingham, grandes multitudes de todas las tendencias se extendían hasta donde alcanzaba la vista y la aclamaban con entusiasmo. De hecho, ¿qué presidentes podrían reclamar tal devoción y popularidad de la gente? De alguna manera, la Reina proyectó la imagen de un monarca de cuento de hadas que cautivó la imaginación.
Ese fue su papel más importante.
Una representación brillante
En esos momentos sublimes de contacto público, podíamos vislumbrar un brillo que trascendía su persona. Los británicos vieron en ella el símbolo de su gloria.
Esta brillante y simbólica representación era una de las razones por las que era tan querida y estimada. No fue conocida por su formulación de políticas públicas o agendas políticas. Al verla, sin embargo, la gente vio algo de sí mismos reflejados. Ella supo tomar las cualidades, virtudes y convicciones que necesitaba el pueblo británico y darles expresión. Su presencia sirvió para unir a la nación al ser la destilación de lo que significaba ser británico.
Necesitamos tales símbolos e ideales porque nos permiten imaginar el mundo como debería ser. Nos dan una meta a la cual aspirar, aunque nos damos cuenta de que siempre nos quedaremos cortos debido a nuestra naturaleza caída y a las limitaciones de la realidad.
Un símbolo de estabilidad en un mundo gelatinoso
Su Majestad reflejó siglos de buen gusto, delicadeza, modales y urbanidad. Practicó el sacrificio de parecer siempre correcta incluso cuando el resto del mundo abandonó este papel.
Así, al estar a la altura de su papel como símbolo, la Reina marcó la pauta de la sociedad, influyó en la moda y definió estándares de excelencia. Su Majestad reflejó siglos de buen gusto, refinamiento, buenas maneras y civismo. Practicó el sacrificio de aparecer siempre digna y adecuada en público, incluso cuando el resto del mundo abandonó este sacrificio tan necesario. Por lo tanto, se la recuerda más como la reina ideal de los cuentos de hadas que todos imaginaban que la persona que realmente era.
Representando Majestad
Esta capacidad de ser una figura representativa le permitió ejercer otro rol propio de su cargo. La Reina fue también querida y estimada porque supo representar bien la majestad cristiana.
El fin del Estado es la ordenación del bien común, y así los que tienen a su cargo la autoridad ejercen una misión suprema con dignidad y majestad intrínsecas. Dado que toda autoridad proviene de Dios, ella debe estar rodeada de ceremonia y esplendor para reflejar mejor la majestad divina.
Entusiasmo en el Jubileo de la Reina
La Reina ejerció su autoridad con majestad tranquila y benévola. De hecho, su reinado representó los restos de la pompa medieval que le dio autenticidad, brillantez, vigor y dignidad a su cargo. Le recordó al mundo una Civilización Cristiana esplendorosa rechazada por la vulgaridad y el Igualitarismo modernos.
Este esplendor contrasta con la demagogia de los líderes modernos bufonescos que presentan caricaturas de la autoridad real. La mayoría de los políticos siguen modelos rousseaunianos que imaginan que el poder no proviene de Dios sino de los volubles caprichos de la voluntad popular.
La Reina se sacrificó viviendo a la altura de la dignidad y majestad de su cargo. Llenó su reinado de belleza y estabilidad. Hasta los últimos días de su vida, cumplió sus deberes con conmovedora abnegación, solicitud y cariño. Su amado reinado duró más de setenta años, durante los cuales vio a 15 primeros ministros, 14 presidentes y siete papas en el cargo.
Una reina más allá del Reino Unido
Vivimos en un mundo igualitario posmoderno que detesta todo lo que representó la Reina. Los líderes políticos de hoy ya no quieren la ardua tarea de ser un símbolo. Ya no son capaces de representar las sublimes aspiraciones de sus respectivos pueblos ni quieren ostentar la majestad y dignidad de sus cargos. Incluso los miembros de la realeza sobrevivientes no pueden estar a la altura de su nivel de dedicación y excelencia.
La Reina se destacó porque pocos líderes hoy en día piensan más allá de sus propios intereses. Quedamos huérfanos dentro de un orden político mundial que no nos representa ni nos presenta ideales sublimes.
En todas partes, muchos anhelan esos símbolos e ideales que dan significado y propósito a la vida política y social. Por lo tanto, la Reina fue amada y estimada mucho más allá del Reino Unido y los 2.300 millones de habitantes de la Commonwealth. Todos aquellos huérfanos que anhelaban los ideales que ella representaba podrían encontrar en ella una reina a la que pudieran llamar propia. En un mundo lleno de vulgaridad y narcisismo, siempre podían mirarla y decir God save de Queen, a esa Reina ideal que representa un mundo esplendoroso y digno. Estos huérfanos la miraban simplemente como la Reina.
Así, no solo fue la Reina del Reino Unido la que murió aquel 8 de septiembre, sino también la Reina de todos los que la vieron como un símbolo de orden, aunque imperfecto, en un mundo en caos y desorden.
Lamentamos que haya caído un gran pilar de la devoción al deber, la gracia y la majestad, y no haya quien tome su lugar.