La falsa promesa de la felicidad

Es en la mortificación, en la sobriedad, en la seria y efectiva integración en una normal y, a veces, dolorosa vida cotidiana que el hombre adquiere ese virtuoso balance que le permite el placer del vivir.

La falsa y la verdadera felicidad. La alegría de la vida familiar

Esta escena es de la isla de Ischia, Italia, inmediatamente después de una tormenta. La naturaleza ha recobrado una apariencia alegre y una anciana campesina acompañada por sus niños – tal vez sus nietos – está subiendo una colina.

El camino no es de asfalto, no tiene cines ni cafés, tampoco pantallas de avisos o carteles luminosos. Nadie de este grupo de personas sueña con tener un Cadillac o ni siquiera un Lambretta. Todos están vestidos muy humildemente.

¡Sin embargo, que saludables se ven! ¡Como sus almas rebosan con esas simples alegrías de la vida del campo! La antigua tradición de la austeridad cristiana los hace sentir tan bien…

Son felices porque tienen un buen estado de salud, el aire es puro, el campo es hermoso y ellos están arraigados en un ambiente familiar lleno de amor, sin sentimentalismos, pero rico en el sentido del sacrificio y la caridad mutua. En la simplicidad de sus costumbres, los niños se reúnen alrededor de la figura central con una actitud de verdadera veneración. En esta veneración, hay seguramente mucho afecto y confianza.

Estamos lejos de menospreciar los beneficios que la civilización y la cultura brindan. Sin embargo, por la monstruosa desviación que causa el neopaganismo, vivimos en una era donde la civilización y la cultura suscitan en los hombres insaciables apetitos y ambiciones, y los placeres más artificiales destruyen el sentido cristiano de la austeridad y el sacrificio.

La verdadera felicidad sólo nace de la Verdad

Las pasiones desordenadas eliminan las frescuras del alma con las cuales uno podría saborear las moderadas satisfacciones de una vida diaria consagrada a la oración, las obligaciones y la Familia. Para las víctimas de ese proceso, su existencia se ve transformada en una trágica carrera en búsqueda del dinero, o una danza frenética alrededor de los placeres de la carne.

La vida no nos fue dada para ser felices sino para rendir gloria a Dios. Es importante notar que aún desde el punto de vista de la búsqueda de la felicidad terrenal, el neopaganismo es un mal negocio. Hay mucha más alegría en una sociedad austera y cristiana, aún cuando la vida sea modesta, que en la falacia del esplendor de una super-civilización – o talvez sea mejor decir «pseudo civilización» – que pone toda su felicidad en los deleites de la sensualidad o las ilusiones del «tener dinero».

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La falsa y la verdadera felicidad

Esta fotografía fue tomada en la calle Moufetard, en París. Camino a casa, un niño alegre lleva dos botellas como provisión para dos días placenteros: el Sábado y el Domingo.

¡Que modesto regalo! ¡Que triunfante y desbordante alegría! ¿cómo puede un placer tan pequeño causar tanto deleite?

Es obviamente un niño de una clase social muy modesta. Está vestido con extrema simplicidad, aunque no pobremente. En clases como ésta, las personas preservan – aún en ciudades grandes – una alegría casta y austera viviendo una simple y laboriosa vida cotidiana. De todos modos es una vida inspirada directa o indirectamente por la influencia sobrenatural de la Fe.

Ellos acumulan reservas de paz de espíritu, vitalidad y una virtuosa energía que se deleita con cualquier pequeño obsequio suplementario, y con eso ellos están contentos. En la mesa de una familia como ésta, un poco de abundancia en el comer y en el beber es suficiente para causar una gran alegría.

Placeres que conducen a la psicosis, distracciones que preparan para el trabajo

Una vez más podemos ver que no es el «tener dinero» ni mucho menos el exceso del lujo lo que da a un hombre la medida de felicidad posible en la tierra. Por el contrario, es en la mortificación, en la sobriedad, en la seria y efectiva integración en una normal y, a veces, dolorosa vida cotidiana que el hombre adquiere ese virtuoso balance que le permite el placer del vivir.

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Pero, luego de que la humanidad abandonó a Nuestro Señor Jesucristo y a Su Santa Iglesia, todos esos valores morales, cuya fuente es la gracia, comenzaron a decaer. Lo que el diablo le promete al hombre es exactamente le que robará. Desde la caída del hombre Occidental y su apostasía en el siglo catorce, el diablo ha estado prometiendo una civilización que usa la tecnología para multiplicar las riquezas y los deleites de la sensualidad, para crear un gran placer en el vivir.

Plinio Corrêa de Oliveira

* Titulo original: «A alegria que o demónio promete mas não dá»  – in Ambientes Costumbres civilizaciones Nº 89

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05/03/2024 | Por | Categoría: Ambientes Costumbres
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