Una concepción antiigualitaria del universo nos muestra cómo éste es una verdadera corte llena de nobles desiguales: unos son más nobles porque tienen más nobleza en su ser y otros son menos nobles porque tienen menos nobleza en su ser.

Alguien me dirá: “Pero dé un ejemplo”. Doy un ejemplo fácil: el pavo real y la gallina.
Hay una nobleza muy evidente en el pavo real: en la rueda que hace, en la admirable belleza de sus plumas, en la belleza de las iridiscentes plumas verdeazuladas de su cuello…
En el pavo real todo es grande menos la cabeza, pero ésta forma el pequeño y vivo centro que da movimiento a todo lo demás, en la medida en que cabe a un ser sin razón. Su forma de moverse es a manera de una reina. Camina de manera noble, tranquilo, no se asusta por nada; cuando corre, corre con cierta dignidad; cuando se detiene, no se detiene jadeante.

Ahora, la gallina es una miseria como la falta de nobleza. Ridícula su forma de correr, ridícula su forma de cacarear, corre de modo despavorido, los repugnantes gusanos que encuentra en el suelo, los devora con gula; su contentamiento es una satisfacción glotona.
La gallina tiene un solo lado noble: es el amor maternal con el que defiende, aun a riesgo de su vida, a cualquiera de sus polluelos. Bajo este aspecto, el mismo Hombre-Dios se dignó compararse con ella cuando dijo: ¡Jerusalén, Jerusalén…! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas, y pero no quisiste!”. (S. Lucas 13, 34).
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Es cierto que la gallina y el pavo real son seres irracionales, no tienen inteligencia, por tanto, no tienen nobleza en el verdadero sentido de la palabra, sino en un sentido analógico.
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Publicado en Catolicismo 536
Crédito: (*) Imagen de Lars Nissen en Pixabay – (**) Imagen de rubyclement en Pixabay