Reflexionando sobre las criaturas podemos llegar hasta el Creador.
A partir de las cosas creadas se puede comprender mejor a Dios, aunque jamás se podrá agotar su conocimiento.
Observemos, por ejemplo, un animal muy expresivo: el gato. Bellaco, pero muy expresivo. Él es matizado, una especie de opala, mudando continuamente en dégradé.
¿Por qué creó Dios los gatos? Evidentemente los creó para el hombre. ¿Pero para qué le sirve al hombre la existencia del felino? El hombre a veces lo caza, lo golpea o lo mata. Pero, por otra parte, el animalito distrae al hombre; a veces lo encanta, otras lo frustra. Por más encantador que sea, de repente rasguña al dueño.
Ciertos gatos son la imagen perfecta del refinamiento: sedosos, peludos, se mueven con elegancia. Otros son la propia imagen del cariño: juguetes vivos y encantadores. Por ejemplo, pequeños gatos bebiendo leche en un mismo platillo pueden hacer cosas encantadoras. Sin embargo, el hombre tiene cierto recelo del gato, porque actúa de un modo súbito y variable.
¿Por qué Dios creó así a ese animal? Eso suscita en el hombre un cierto pesar porque no existe el gato ideal: interesante, como el gato malicioso; pero encantador como el gato bondadoso; vivo como el gato de tejado, pero sedoso como el que es criado sobre la almohada de una marquesa; súbito para distraer, no agrediendo nunca, pero capaz de espantar a los ratones que proliferan en la casa. El hombre desearía este tipo de gato ideal: que fuese un pequeño tigre para el ratón, pero un muñequito para él.
Elegancia y destreza venciendo a la materia (video)
¿El ser humano no sueña con un paraíso perdido en la búsqueda de toda esa variedad? ¿No apetece sentimientos de bondad y prudencia? ¿No apetece la virtud de la fortaleza cuando ve al gato persiguiendo al ratón? Pero también, ¿no desea la virtud de la vigilancia cuando ve al gato levantar las orejas y mirar desconfiado?
El gato da al hombre estas mil lecciones. Porque ese felino simboliza mil aspectos de la realidad, que tiene un lado malo, originado por el pecado original, pero que tiene un lado bueno cuyo fundamento está en Dios. Así, lo sedoso y blando del gato simbolizan de algún modo las delicias de la convivencia divina.
Lo interesante y lo nuevo que se perciben en el animal, simbolizan de algún modo lo que hay de inagotable y siempre sorprendente para nosotros en Dios: siempre el mismo y, aunque motor inmóvil, causando todas las cosas que nos dejan continuamente sorprendidos y encantados.
Y así, considerando las simples criaturas, podemos llegar al Supremo Creador de todas las cosas.