Los intervalos, las pausas, los marcos de una etapa, son siempre circunstancias propicias para una reflexión.
El paso de un año a otro, es por eso mismo una oportunidad para pensar con un poco más de atención sobre el rumbo y los modos con que llevamos nuestra vida personal.
Sin embargo, no nos vamos a detener respecto a una reflexión de carácter personal, sino a una de carácter colectivo, nacional.
Todas las naciones tienen formas de ser que las caracterizan. Dentro de esas formas de ser existen, como es natural, aspectos positivos y otros negativos.
Ejemplifiquemos con una gran nación como es Alemania.
Las características de orden y de fuerza de voluntad del pueblo alemán son de sobra conocidas y admiradas por muchos. En ellas vemos lo que ese país tiene de bueno. Pero existen también dentro de la personalidad alemana algunas otras características que no merecen la misma admiración. El deseo del orden los ha llevado en más de una oportunidad a querer poner orden en los países vecinos, lo que sumado a sus características marciales ha dado ocasión a dos Guerras Mundiales y a otras locales.
Si fuéramos a analizar la psicología nacional no encontramos en nuestra población las mismas características marciales o el deseo de orden alemán. Al contrario, es fácil percibir en nuestra psicología una gran facilidad para adecuarnos a las más diversas circunstancias y a las mayores adversidades, sin que se produzcan conflictos ni enfrentamientos.
Los constantes terremotos y las iguales veces que el País se ha reedificado, muestran un empeño digno de nota y que merece ser valorado.
Sin embargo, existen aspectos negativos, que son propios de personas y sociedades capaces de adecuarse a las más distintas circunstancias. Uno de ellos es que muchas veces, para satisfacer ese anhelo de adecuación, se sacrifican las convicciones, se redondean las verdades y se omiten las censuras. En una palabra, se prefiere quedar bien con todos, antes que quedar bien consigo mismo, con su propia conciencia, con los deberes que imponen la coherencia con la Fe católica y el amor a la Patria.
Estas actitudes pueden limitarse a aspectos triviales de la existencia, como son las mal llamadas “mentiras piadosas”, o un modo de decir las cosas que no hiera a nuestro prójimo, cosa que es muchas veces comprensible, y que hasta puede ser un deber de caridad.
Pero ese deseo de adecuación puede también llevar a omitirnos en circunstancias que no deberíamos hacerlo. Por ejemplo, cuando vemos un acto reprobable, una mala iniciativa, una acción escandalosa, a veces en vez de señalar y censurar como se debe, preferimos callar y dejar pasar.
Alguien nos podría objetar, que no debemos juzgar si no queremos ser juzgados, y que emitir juicios de valor es lo propio de personas orgullosas que se creen dueñas de la verdad. A ello respondemos que no estamos hablando de intenciones subjetivas, que sólo Dios conoce, pero de situaciones objetivas, que todos pueden ver. En ese campo, la verdad es un bien común que está al alcance de todos y que una vez alcanzada debe ser servida.
Ejemplifiquemos con una comparación entre la defensa de la soberanía y la de otros aspectos de nuestra nacionalidad.
Todos sabemos que Chile posee límites geográficos con sus vecinos que no siempre son igualmente considerados por ellos como verdaderos. Pero, nuestra obligación de chilenos nos exige ser coherentes con nuestro amor patrio y defender las fronteras nacionales cuando son violadas. Es la tarea a la que se consagran las Fuerzas Armadas de Chile, que tienen por ello el respaldo y el reconocimiento de toda la nación.
Ahora, existen al igual que la soberanía, otros principios y virtudes que también constituyen la base de nuestra nacionalidad y que están siendo pasados a llevar de modo casi sistemático. Nos referimos en primer lugar a la institución de la Familia cristiana y natural, que es igualada a cualquier otro tipo de unión, sin importar si ellas están conformes a la naturaleza o no.
Nos referimos también al derecho de nacer, el primero y el más elemental de los derechos de la persona humana, y del cual dependen los otros que se suceden con posterioridad. Este derecho básico también está siendo puesto en tela de juicio por proyectos de Aborto que podrán disponer de la vida de los no nacidos.
Nos referimos al derecho de los niños a un entorno moralmente sano y a la protección del pudor y de las buenas costumbres, que parecen haber desaparecido de los espectáculos de la TV y que se vulneran en las publicidades, en las modas y en las actitudes que muchos toman en todos los lugares públicos.
Delante de estos principios y derechos en los que no se debe transigir, y de muchos otros que por brevedad no abordaremos, debemos saber tener la actitud coherente y firme de personas de Fe y amantes de su patria.
Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó, “Sea vuestra palabra: Sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto, viene del Maligno.»
Con ello Nuestro Divino Redentor, nos indica que a todo lo que es bueno, virtuoso y bello debemos decir un Si. Y a todo lo que se le opone, es decir a aquello, que no es verdadero, no es bello y no es bondadoso, o sea que es un vicio, debemos decir un rotundo: No.
Y agrega la sentencia: “Todo lo que pasa de esto, viene del mal Maligno”. Para indicarnos que las actitudes que no son claras y decididas, como son el Si y el No, no vienen de Dios, sino del padre de la mentira.
Quizá sería un buen propósito el ponernos como meta de este año, ser claros y categóricos. Que delante de lo bueno, verdadero y bello que veamos, sepamos decir un Si, sin vacilaciones. Y que delante de lo opuesto, es decir del vicio, y de la impostura, sepamos también decir el No con la misma fuerza y decisión.
De esta posición de alma, no saldrá un conflicto, sino la paz que es la tranquilidad del orden, que es imposible alcanzar sin el respeto que le es debido a Dios y a sus leyes.
Para finalizar le deseamos a Ud. y a toda su familia un Nuevo Año lleno de buenos propósitos, emprendimientos y realizaciones, sobre todo, como el que le hemos sugerido en estas líneas.