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Faltando pocos días para que celebremos la Navidad, es natural que nuestra atención se concentre en el Niño Dios que nace en el Pesebre de Belén. Él es el centro de la Fiesta, es su nacimiento que todos festejaremos la noche del 24 de diciembre.
La alegría del mundo católico es más que explicable. El Niño Jesús es el cumplimiento de la promesa dada a nuestros primeros padres, es el Redentor del género humano, Él, siendo inocente, pagó las culpas de todos los hombres en lo alto de la cruz. Él nos promete la salvación eterna y nos da las gracias para alcanzarla.
Sin embargo, siendo Dios, Él no quiso aparecer directa y aisladamente, como podría haberlo hecho en su omnipotencia infinita, para comunicarnos todas esas gracias. Quiso nacer en el seno de una familia, que a los ojos de los habitantes de Belén, era una simple, aunque noble familia, descendiente de la estirpe del rey David.
En esta manifiesta voluntad de un Dios hecho hombre en el seno virginal de María, hay una glorificación, la más alta que se pueda atribuir, a la institución de la Familia. Por eso todas las generaciones la han llamado, la Sagrada Familia.
Detengámonos un poco, con la veneración que les es debida, a considerar a cada uno de los miembros de esta Sagrada Familia, y veremos que si bien ella es la más santa de las Familias, es, al mismo tiempo, el modelo de todas ellas.
En primer lugar, a pesar de que el Niño es Dios, y por lo tanto, infinitamente superior a su Madre virginal y a san José, padre por adopción, sin embargo, se somete en todo a la voluntad de la autoridad de San José y de María.
Por su parte, María Santísima, siendo la Madre efectiva de Dios y estando íntimamente unida a las tres Personas de la Santísima Trinidad, se somete en todo a San José, como cabeza visible de la Familia.
Es él quien toma la decisión de ir a Belén, pues siendo descendiente de la casa de David, le correspondía estar allí para el censo. Él es quien sale a buscar el alojamiento para su esposa en el momento de estar cerca el parto, es a él que el ángel le comunica que debe huir a Egipto para escapar de la matanza de los inocentes ordenada por Herodes.
Será en su casa de Nazareth que el Niño crecerá en edad y en sabiduría, y será como auxiliar de San José en sus trabajos de carpintero, que el Niño Dios desarrollará sus primeros trabajos domésticos. Y esa convivencia con la Sagrada Familia no durará poco tiempo; al contrario, Nuestro Redentor le dedicará casi diez veces más tiempo que a su vida pública, para evangelizar al pueblo elegido.
Y, como señal de que su obediencia no dejó de existir incluso siendo adulto, el primer milagro que practicó en las bodas de Caná, transformando el agua en vino, lo hizo porque su Madre se lo pidió delicadamente: “Hijo no tienen vino”.
Si fuera necesario resaltar el valor de la familia, bastaría sólo esto para convencer a cualquiera que ella es la institución más natural y sagrada que pueda existir. Dios, al hacerse Hombre, quiso hacerlo en el seno de una familia.
Pero acerquémonos un poco más en la consideración de esta Sagrada Familia. Además de que cada uno de sus miembros, reconoce en el otro la jerarquía que le es debida, hay entre ellos una clara diferencia de roles.
Como vimos, es al padre adoptivo que le caben las tareas propias del Jefe. Es él quien toma las decisiones, es quien tiene la iniciativa. La Madre, tiene el cuidado del Hijo. Ella es que lo abriga, Ella le da el calor y lo amamanta con su leche virginal. El Hijo, que es Dios, sólo se apartará de sus padres terrenales, para ocuparse de las cosas de su Padre Celestial, por ocasión de la ida al Templo, y ella, la Madre, “conservará todas estas cosas en su corazón”.
Autoridad del padre, bondad de la Madre, obediencia del Hijo, caridad infinita entre todos ellos, ¿no es este el ideal de toda familia?
O mejor dicho, ¿puede una familia ser considerada como tal, si en ella no existen, al menos como ideal para alcanzar, estos atributos de la Sagrada Familia?
Como en un consenso universal, todo Occidente adaptó la música de “Noche de paz”, como la melodía más apropiada para imaginar el ambiente que reinaba en esa noche Santa de hace veinte siglos atrás.
Noche de paz, noche de amor (Stille Nacht, heilige Nacht) es el más conocido villancico de navidad. Fue interpretado por primera vez el 24 de diciembre de 1818 en la iglesia de San Nicolás (Nikolauskirche) de Oberndorf en Austria. La letra había sido compuesta en 1816 por el sacerdote austríaco Joseph Mohr en la parroquia de Santa María (Mariapfarr), pero en la víspera de Navidad se la llevó al organista Franz Xaver Gruber y le pidió que le hiciera una composición musical.
Hace exactamente cien años atrás, durante la Primera Guerra Mundial, en medio de las trincheras en que ambos lados se mataban encarnizadamente, sucedió algo extraordinario: en la madrugada del 25 de diciembre, los soldados británicos y franceses escucharon el Stille Nacht venir de las posiciones alemanas mientras columnas de soldados emergían lentamente de la trinchera y avanzaban hasta el medio de la tierra de nadie devastada por los obuses, invitándolos a fraternizar. Unos instantes después, estaban todos juntos cantando sus respectivos villancicos e intercambiando regalos. Al menos por algunas horas, el ambiente de familia, volvió a reinar entre cristianos de ambos lados[1].
Oigamos algunas estrofas de esta música.
(trechos)
Para terminar, esta meditación que nos prepara para recibir al Niño Dios, le preguntamos a Ud. estimado radioyente, ¿cree que puede existir paz fuera de la familia?
Más aún, ¿cree que puede existir familia fuera de esta atmósfera de amor cristiano que a todos nos encanta y nos hace mejores durante la Fiesta de la Navidad?
Son preguntas y consideraciones que nos parecen oportunas para hacernos en los días en que tanto se cuestiona a la Familia natural y cristiana, llegando incluso al absurdo que legisladores que se dicen católicos estén comportándose como nuevos Herodes, defendiendo la legalización del Aborto y de las uniones homosexuales.
Le deseamos a Ud. y a toda su familia una santa preparación para la Fiesta de Navidad.
Y recuerde que nos puede seguir en wwwaccionfamilia.org
[1] Au petit matin du 25 décembre, les Français et les Britanniques qui tenaient les tranchées autour de la ville belge d’Ypres entendirent des chants de Noël (Stille Nacht) venir des positions ennemies, puis découvrirent que des arbres de Noël étaient placés le long des tranchées allemandes. Lentement, des colonnes de soldats allemands sortirent de leurs tranchées et avancèrent jusqu’au milieu du no man’s land, où ils appelèrent les Britanniques à venir les rejoindre. Les deux camps se rencontrèrent au milieu d’un paysage dévasté par les obus, échangèrent des cadeaux, discutèrent et jouèrent au football le lendemain matin. Un chanteur d’opéra, le ténor Walter Kirchhoff, à ce moment officier d’ordonnance, chanta pour les militaires un chant de Noël. Les soldats français ont applaudi jusqu’à ce qu’il revienne chanter