Quizá la única mujer que intercedió por Nuestro Señor Jesucristo…
En este cuadro aparecen dos personajes femeninos, en medio de una atmósfera de tragedia. Me dio siempre la impresión de que fuese la mujer de Pilatos y el otro su hija. En la escena pareciera que Claudia -la madre- le dijera a la jóven Prócula: «acabo de decírselo claro a tu padre…»
Siempre tuve una cierta simpatía por Claudia, puesto que quiso salvar a Nuestro Señor, reconociendo en El a un justo. El Evangelio nos relata que tuvo un sueño atormentado, por el cual entendió que Pilatos no debía “mezclarse con la sangre de ese Justo”. Y así se lo comunicó a su esposo, el que desgraciadamente hizo caso omiso. Quiero pensar que además de lo revelado en el sueño, ella vio en la figura majestuosa del Hijo de Dios a una persona absolutamente extraordinaria, y de ahí viene mi simpatía por ella. Tuvo el coraje de interceder por Nuestro Señor, y eso me hace pensar que quizá tuvo un buen fin.
¿Y cómo sería Nuestro Señor para los que lo veían?
En una carta que envió desde Jerusalén un Senador de Roma que se llamaba Léntulo (*) aparece un magnífico retrato de Nuestro Señor Jesucristo:
«En nuestros tiempos ha aparecido y existe todavía un hombre de gran virtud llamado Jesús Cristo y por las gentes Profeta de la verdad. Sus discípulos le apellidan Hijo de Dios, el cual resucita a los muertos y sana a los enfermos.
«Es de estatura alta, mas sin exceso; gallardo; su rostro venerable inspira amor y temor a los que le miran; sus cabellos son de color de avellana madura y lasos, o sea lisos, casi hasta las orejas, pero desde éstas un poco rizados, de color de cera virgen y muy resplandecientes desde los hombros lisos y sueltos partidos en medio de la cabeza, según la costumbre de los nazarenos.
«La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna.
«Tiene la barba poblada, mas no larga, partida igualmente en medio, del mismo color que el cabello, sin vello alguno en lo demás del rostro. Su aspecto es sencillo y grave; los ojos garzos, o sean blancos y azules claros. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad.
«Jamás se le ha visto reír; pero llorar sí.
«La conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a la vista. En su conversación es grave, y por último, es el más singular y modesto entre los hijos de los hombres.
«Tengo entendido, ¡oh César!, que deseas conocer lo que te voy a narrar, que en estos nuestros tiempos hay por aquí un hombre que practica grandes virtudes, y se llama Jesucristo, a quien las gentes tienen por un gran Profeta y sus discípulos dicen que es el Hijo de Dios, Creador del Cielo y de la tierra, de todas las cosas que hay en ella y que han estado.
«En verdad, ¡oh César!, todos los días se oyen cosas maravillosas de este Cristo; resucita a los muertos y sana a los enfermos con una sola palabra. Es un hombre de buena estatura, hermoso rostro y tanta majestad brilla en su persona que, cuantos le miran, se ven obligados a amarlo o temerlo. Sus cabellos son de color de avellana madura, extendidos hasta las orejas y, sobre las espaldas, son del color de la tierra, pero muy resplandecientes, partidos en medio de la cabeza, según la costumbre de los nazarenos.
«La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. La nariz y los labios no pueden ser tachados de defecto alguno: la barba es espesa y semejante al cabello, algo corta y partida por en medio.
«Su aspecto es sencillo y grave; los ojos, severos, tienen el brillo como los rayos del sol, y nadie puede mirarle fijamente al rostro por el resplandor que despide. Cuando reprende inspira temor, pero al poco tiempo las lágrimas asoman a sus pupilas. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad. Tiene las manos y los brazos muy bellos. Su conversación agrada mucho, pero se le ve muy poco y, cuando se presenta, es modestísimo en su aspecto; en fin, es el hombre más bello que se puede ver e imaginar; muy parecido a su Madre, que es la mujer más hermosa que se ha visto por estas tierras.
«Si Vuestra Majestad, ¡Oh César!, desea verlo, como me escribiste en cartas anteriores, dímelo, que no faltará ocasión para enviarlo. En letras asombra a toda la ciudad de Jerusalén. Él nunca ha estudiado, pero sabe todas las ciencias. Camina descalzo y con la cabeza descubierta. Muchos se ríen al verlo, pero en su presencia callan y tiemblan. Dicen que jamás se ha visto ni oído a hombre semejante. En verdad, según me dicen los hebreos, no se oirán, jamás, tales consejos de gran doctrina, como enseña este Jesús. Muchos judíos lo consideran como Dios. Algunos se me quejan de que es contrario a V. Majestad, porque enseña que reyes y súbditos son iguales ante Dios. Me veo molestado por estos malignos hebreos.
«Dícese que este Jesús nunca hizo mal a nadie, mas, al contrario, aquellos que lo conocen y con Él han tratado, afirman haber recibido grandes beneficios y salud.
«Por eso estoy pronto a tu obediencia, aquello que V. Majestad mande, será prontamente obedecido.
«Vale, de Tu Majestad, fidelísimo y obligadísimo… Publio Léntulo, Legado de Tiberio César en Judea. En Jerusalén, indición séptima, luna undécima.”
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Pues sí, Pilatos a pesar de lo que veía delante de él, a pesar del mensaje que le dio su esposa, cometió el mayor crimen de la historia. Y sin embargo no pudo decir que no le hubieran advertido…
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(*) La «Carta de Léntulo al Senado de Roma» es un breve texto pseudohistórico y piadoso incluido por el cartujo Ludolfo de Sajonia al comienzo de su Vita Christi (ca. 1450). Este artículo se ocupa de su difusión hispánica en el siglo XV y presenta algunos testimonios, tanto manuscritos como impresos.