La Profunda Relación entre la Comida y el Alma Humana a propósito de las observaciones de un amigo.
En el complejo tejido de las preferencias humanas, a menudo nos encontramos con incompatibilidades aparentemente inexplicables. Algunas cosas, aunque no sean inherentemente malas, nos resultan fundamentalmente rechazables debido a peculiaridades personales.
Con la culinaria sucede así. La razón por la cual a una determinada persona no le gusta un cierto alimento, es una incompatibilidad entre la impresión que aquello produce en las papilas gustativas de la lengua, y el modo de ser del organismo de la persona. Son razones de tipo físico, como también lo son la textura, temperatura, suavidad, densidad, contrastes, etc.
Pero también existen ciertos alimentos que a la persona le gustan o los rechaza por razones metafísicas, es decir de mentalidad. Esas razones de mentalidad tienen un nexo con razones de doctrina.
Sucede que el paladar tiene -para las almas rectas y ordenadas- un significado simbólico. Cada alimento representa algo específico, y al consumirlo, estamos saboreando ese símbolo de manera única. De modo que comer un plato con diversos ingredientes puede ser para ciertas personas lo que sería para otro leer un libro con variados análisis y diversas riquezas.
Así comer alguna cosa que tiene expresión simbólica, a algunos les da la idea de que el significado de ese símbolo es especialmente absorbido. Se podría decir que las personas comiendo el símbolo se enriquecen de aquello que él simboliza.
Consumir algo que tiene una expresión simbólica nos da la sensación de que absorbemos especialmente el significado de ese símbolo. Podría decirse que, al consumir el símbolo, me enriquezco con lo que él representa. Y de esa manera, comiendo una buena comida, la persona sale mejor de lo que entró.
Siendo ciertas recetas un fruto de la cultura y civilización, tienen la capacidad de estimular o hacer aflorar en nosotros: ideas, recuerdos, Ambientes, y nos sugieren que, en una refección, lo más importante no es tanto la comida, sino aquello que está por así decir detrás de la propia comida.
Es algo que no está tanto en la cosa en sí, sino en la capacidad evocativa que tiene para nosotros.
Al acabar una comida, ésta propiamente se terminó, pero la memoria de todo el ambiente – que puede sernos tan grato – podemos y debemos conservarlo. No hay que olvidar que la memoria nos fue dada principalmente para acordarnos de un estado de espíritu, de un ambiente, de una actitud de alma nuestra o de los otros.
¿Esto se conserva de qué manera? Algo de aquello continúa viviendo, por lo menos en muchos casos. La memoria es una sobrevida, es una algo vivido que continúa
En definitiva, cada comida -bien vista- es más que una simple ingesta de nutrientes; es un banquete de símbolos que nutre tanto el cuerpo como el alma. Es una experiencia material y espiritual que nos enriquece de múltiples maneras, dejando una impresión duradera en nuestras mentes y corazones.
Juan Barandiarán – (adaptación libre de ideas de Plinio Corrêa de Oliveira)
¡Nunca mejor dicho! La comida como banquete de significados es indispensable que la recuperemos, especialmente como encuentro familiar que dota de identidad y fortalece las raíces, que nutre el alma y eleva el espíritu, que es apoyo y alteridad.