”Bienaventurados los que mueren en el Señor“

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Luis del Sagrado Corazón Montes Bezanilla

( *27/9/1944 +14/1/2024 )

Todo en este “valle de lágrimas”, como se dice en la Salve, es efímero, y sólo una cosa es segura: la muerte, de la que nadie escapa.

El Espíritu Santo ya nos advierte en el libro del Eclesiástico: “Se impuso a los hombres una gran preocupación, y un yugo pesado cae sobre los hijos de Adán desde el día que salen del vientre de su madre, hasta el día de su sepultura (en el que entran) en el seno de la madre común de todos [la tierra]” (Cap. 40, 1 a 5).

A pesar de esto, la mayoría de las personas se comportan como si fueran a vivir para siempre. Aunque las personas están envejeciendo y cada día más se acerca el final de su vida, dedican su tiempo a todo menos a Dios. Hasta que llega el fatídico día en el que tendrán que separarse de todo: su Familia, su fama, su fortuna, su salud, sus habilidades, sus amigos. Sí, todo terminará, y lo que contará será solamente el modo como se aprovechó la vida para conquistar el Cielo.

Por eso, continúa el Eclesiástico: “No temáis el decreto de muerte. Recuerda lo que existió antes de tu y lo que vendrá después de ti. Es un decreto que el Señor dictó para todos los mortales”. (Cap. 41, 5).

¡La mayoría de los hombres ni siquiera piensan en eso! Porque, como afirma el gran Doctor de la Iglesia San Alfonso, “la muerte asusta a los pecadores, porque saben que, de la primera muerte, del estado de pecado, pasarán a la segunda, que es la muerte eterna. Es, sin embargo, un consuelo para las almas buenas que, confiadas en los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, tienen pruebas suficientes para estar moralmente seguras de encontrarse en la gracia de Dios. ¡Oh, qué consuelo poder decir en el momento de la muerte: ‘¡Nunca más ofenderé a Dios!’ Para ellos, la muerte no es un tormento, sino un descanso después de las angustias sufridas en la lucha contra las tentaciones y las inquietudes causadas por escrúpulos y temores de ofender a Dios. ‘¡Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor!’”

El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, gran admirador de San Alfonso, decía que “la única esperanza verdadera que tiene el hombre en esta vida es que, cuando cierre los ojos con la conciencia tranquila, alcanzará la felicidad eterna”. Y agregó: “La principal prueba del amor que Dios nos tiene son los sufrimientos que nos envía”, haciéndonos más semejantes a Él. Nuestro Señor Jesucristo quiso derramar por nosotros hasta la última gota de Su Preciosa Sangre, para conquistarnos el Cielo.

Así, el Espíritu Santo nos recomienda una vez más en el libro del Eclesiástico: “Permaneced en paz en vuestro dolor, y en los momentos de humillación tened paciencia; porque el oro y la plata son probados en el fuego, y los amados de Dios en la tribulación” (2, 4-5).

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Estas consideraciones vinieron a mi mente cuando nos dejó, el mediodía del 14 de enero de 2024, en Santiago de Chile, nuestro viejo e inolvidable amigo Luis del Sagrado Corazón Montes Bezanilla, uno de los fundadores, allá por 1967, de la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad.

Luis fue un devoto, fiel y ferviente discípulo de Plinio Corrêa de Oliveira, a quien dedicó su vida, abrazando sus ideales y siguiendo sus sabias orientaciones. Por eso nunca dejó de estudiar, meditar y difundir la obra y el pensamiento de su mentor y guía espiritual.

Como miembro de la TFP, Luis prestó valiosos servicios de apostolado en Chile, entonces bajo la influencia del dúo clérigo-democristiano formado por el presidente Eduardo Frei Montalva y el líder del progresismo eclesiástico, el cardenal Raúl Silva Henríquez, las dos figuras simbólicas que prepararon la caída de su país bajo el Comunismo.

En 1967, Luis Montes fue de gran ayuda para Fábio Vidigal Xavier da Silveira en la preparación de su best-seller, Frei, el Kerensky chileno. Luchó duramente contra la Reforma Agraria socialista y confiscatoria del gobierno de Frei, que afectó al campo chileno, así como contra grupos proféticos infiltrados en Ambientes eclesiásticos católicos que conspiraban para poner a la Iglesia al servicio del comunismo y la Revolución.

En muchas campañas callejeras, Montes y sus compañeros de la TFP arriesgaron sus vidas para defender sus principios, en violentos enfrentamientos con sicarios del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de orientación maoísta.

Cuando, en 1970, Chile cayó en el comunismo con la victoria de Allende, Luis Montes y todos los cooperantes de la TFP chilena se vieron obligados a abandonar el país. El fue el primero en retornar allí, en 1971, habiendo dirigido las actividades de la renaciente TFP de 1973 a 1976.

En 1976, la TFP chilena se deparaba a una situación dolorosa, como ella la describió en la época: “La mayoría de los católicos chilenos, silenciados espiritual y psicológicamente, contemplan con asombro: gran parte del Episcopado y un sector decisivo del clero de ese país se han transformado en la fuerza dinámica y efectiva de la embestida izquierdista”. Esto llevó a la entidad a lanzar el libro La Iglesia del Silencio en Chile, en el que Luis Montes tuvo un papel protagónico.

Dadas sus altas cualidades, entre las que destacaba su firmeza de carácter, Luis colaboró ​​con nacientes TFPs en algunos países. Posteriormente pasó siete años en Santander (España), ayudando al grupo de esa ciudad – entre otras muchas actividades – a contactar con el clero local.

En 1998 Luis regresó a Chile para reorganizar la acción contrarrevolucionaria con la iniciativa “Acción Familia”, que llevó a cabo a través de boletines permanentes, libros y una página web creada por él.

Tras dedicar la mayor y mejor parte de su vida a defender los valores perennes de la Civilización Cristiana, el valiente luchador fue diagnosticado con un despiadado cáncer de médula ósea, cuyo desarrollo le hizo llegar a sus últimos días.

Sin embargo, como católico militante y ejemplar, enfrentó la muerte con la serenidad y el espíritu sobrenatural que le dictaba su Fe, soportando con valentía innumerables sufrimientos.

Mucho más: él agradecía a Dios Nuestro Señor y a su Santísima Madre por permitirle, ante la perspectiva de una muerte tan cercana, prepararse con gran determinación, fe y fervor.

Acompañando con tristeza todo el trágico desarrollo de la gravísima situación que impera en la Santa Iglesia de Dios, ofreció sus dolorosos sufrimientos especialmente por Ella.

Así, con espíritu sobrenatural, recibió piadosamente los últimos Sacramentos con los que la Santa Iglesia, Madre amorosa, ampara a sus hijos en el último lance.

De esta manera preparada, este fiel esclavo de Nuestra Señora, a quien estaba consagrado según el método de San Luis Grignion de Montfort, falleció plácidamente a la hora del Ángelus, uno de los bellos momentos del día en el que sus hijos la honran.

Por Plinio María Solimeo, in  Revista “Catolicismo” Febrero 2024

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27/03/2024 | Por | Categoría: El Chile que supo soñar, General
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Un comentario to “”Bienaventurados los que mueren en el Señor“”

  1. Helio Viana dice:

    Guardo muy buenos recuerdos de Don Luis, tanto en La Paz, en 1973, cuando lo reemplacé para que pudiera volver a Chile, cuanto en Santander, en 1989, a sazón de una visita. Ha sido siempre un hombre de una sola pieza.

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