Quizá fuera una sana nostalgia de un orden que se reflejase en la vida cotidiana, de un decoro que hiciese la vida verdaderamente digna de ser vivida. En definitiva de una vida verdaderamente civilizada.
La música – que escucharán en el vídeo al final del artículo – me recuerda el ambiente de una de las últimas navidades de mi adolescencia, en que percibía aún vagos destellos y perfumes de un mundo civilizado que casi no conocí.
Yo fui de la generación de los que almorzaban con Coca-Cola, no les digo más.
Sin embargo, puedo recordar vagamente, manteles finos con una parte de ellos hecha de encaje; cubiertos bien tallados con hojas en su extremo, delicadas tazas de porcelana; paisajes dibujados en los platos de cerámica que nos transportaban a un mundo y a una época que ya no existían más;
el brillo de los objetos de la mesa a capricho de la luz del sol, conversaciones equilibradas y sensatas, con sugestivos momentos de silencio que producían la impresión de que las cosas y las personas se reposaban; una cierta compostura en la mesa tan ausente en nuestros días;
Siempre presente en aquel ambiente el perfume de los dulces especiales y delicados en esas celebraciones; el humo de algún que otro cigarrillo se elevaba en el ambiente formando sugestivos dibujos y los rayos de sol lo realzaban de una manera elegante y plácida; el aroma penetrante del café y del anís; alguna cosa de discreta e indefiniblemente festivo que me hacía sentirme bien tratado y acogido, y un sin fin de cosas que se armonizaban con todo este ambiente, y que con el paso de los años escapan a mi memoria.
El hábito no hace al monje, pero ¡cómo le ayuda!
Yo creo que todo esas sensaciones no estaban tanto en las cosas mismas, sino en mí. Se diría que una tranquilidad y armonía presidían aquellos encuentros domésticos.
Aquel ambiente se reproducía – de modo un poco más discreto – en la sobremesa de muchos almuerzos de domingo
¿Qué era aquello que tanto me encantaba en aquel ambiente?
Era un conjunto de objetos, destellos, luces y sombras, limpieza, maneras, comedimiento, sosiego. Cada cosa, como en un concierto tenía su papel, pero lo más notable era el conjunto de todas armonizadas y por así decir la interacción e influencia mutua entre ellas.
Quizá fuera la añoranza de un orden que se reflejase en la vida cotidiana, de un decoro que hiciese la vida verdaderamente digna de ser vivida. Algo que como digo, infelizmente, escasamente conocí, pero que perduró en mi como algo que todavía brilla hasta el día de hoy.
La música en cuestión, que las imágenes del vídeo ilustran, es Ständchen (zögernd leise) de Franz Schubert, interpretada por los Niños Cantores de Viena
Juan Barandiarán
Extraordinária descripción de un mundo que conocí solo un poco. Bravo! Gracias por este regalo.