Nuestra sociedad está sufriendo hoy una profunda crisis

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Es necesario que la práctica de esas virtudes, impregnen las instituciones, y la primera y más fundamental de ellas es la Familia.

Es una ilusión peligrosa pensar que un hombre o un sistema puedan sacarnos de un día a otro de la crisis en que estamos, y devolver a nuestro país su estabilidad y grandeza. La caída es muy profunda y viene desde muy lejos. No existe camino de salvación a no ser el de las virtudes morales y sociales.

¿Por dónde se puede comenzar una reforma?

La reforma debe comenzar por la reconstitución de la familia.

Es una ilusión peligrosa pensar que un hombre, aún dotado de genio, pueda sacarnos de un día a otro de la situación en que estamos, y devolver a nuestro país su estabilidad y grandeza. La caída es muy profunda y viene desde muy lejos, ya que comenzó hace varios siglos. Ese hombre podría sólo reerguernos recolocándonos en el camino. Pero no existe camino de salvación a no ser el de las virtudes morales y sociales, que aparecen en el origen de todas las sociedades, dándoles nacimiento y después haciendo su prosperidad, por la concordia y el apoyo mutuo.

Tampoco basta que se obtenga de algunas personas, aunque éstas sean numerosas, la práctica de esas virtudes. Es necesario que ellas impregnen las instituciones. Las virtudes privadas pasan como los hombres que las practican, pero las naciones son entes que permanecen. Y si las virtudes son su sustentáculo y fundamento, ellas deben ser perpetuas. Esa perpetuidad no pueden encontrarla sino en las instituciones estables.

La primera de esas instituciones, y la más fundamental, aquella que es una creación divina, es la familia. La familia es la célula orgánica del cuerpo social. Es en ella que se encuentra el habitáculo de las virtudes morales y sociales. A partir de ella vimos irradiarse su poder, penetrando con el todos los órganos sociales y el propio Estado.

Hoy, la familia depende a tal punto del Estado, que el padre ni siquiera tiene la libertad de educar a sus hijos

Así ocurrió con todos los pueblos que se civilizaron.

Ahora, la familia ya no existe. Esta afirmación podrá sorprender. Sin embargo, sólo asustará a los que, conociéndola como se presenta hoy, ignoran lo que ella fue y lo que debe ser.

Antiguamente la familia, como la familia de la sociedad antigua, constituía un todo denso y homogéneo, que se gobernaba con entera independencia en relación al Estado, bajo la autoridad absoluta de su jefe natural, el padre, y en la vía de las tradiciones y costumbres legadas por sus antepasados.

Hoy, la familia depende a tal punto del Estado, que el padre ni siquiera tiene la libertad de educar a sus hijos como su conciencia y a sus tradiciones de familia lo recomiendan. El Estado se apodera de ellos con el objetivo legalmente proclamado de transformarlos en ateos, y por lo tanto en seres amorales. De tal manera los padres de familia perdieron la noción de lo que ellos representan, que concuerdan con todo esto.

Esto ocurre porque no tenemos más la idea de la familia que se tenía otrora, es decir, la que poseen todos los pueblos que viven y prosperan. No se ve en una familia más allá de la generación actual. Esta no forma, con las generaciones precedentes y las subsiguientes, en nuestro pensamiento y aun en la realidad, aquel conjunto homogéneo y solidario que atravesaba los siglos, manteniendo su unidad viva. [1]

El Estado que surgió de la Revolución francesa, robó la independencia de la familia e promulgó también leyes para suprimir esta cohesión y esta permanencia.

Rousseau, doctor del Estado revolucionario y precursor de la sociedad moderna

Entre los sofismas que Rousseau ‒el doctor del Estado revolucionario y precursor de la sociedad moderna‒ sacó de la pretendida bondad natural del hombre, se encuentra éste en el «Contrato Social«:

«Los niños permanecen unidos al padre sólo mientras tienen necesidad de él para mantenerse. Tan pronto como esa necesidad cesa, el vínculo natural se deshace. Los niños libres de la obediencia que debían al padre, y el padre libre de los cuidados que debía a su hijo, adquieren igualmente su independencia. Si permanecen unidos, no se trata ya de un hecho natural, sino voluntario, y la propia familia sólo se mantiene por una convención».

Estas palabras rebajan al hombre al nivel de los animales. Entre ellos, de hecho, el vínculo se disuelve cuando cesa la necesidad. La Revolución, quiso hacer entrar en las costumbres, por medio de sus leyes, todas las ideas de Rousseau… Y quiere hacerlo también en nuestros días.

Este texto que traduje más arriba con pequeñas modificaciones, fue escrito a comienzos del siglo XX por el célebre escritor católico Monseñor Henry Delassus. Las leyes e instituciones que hoy quieren imponer a la familia y en la educación por los más diversos medios no son más que el desarrollo de ese pensamiento de la Revolución.

[1] El japonés Naomi Tamura, regresando de un viaje a los Estados Unidos, publicó un libro sobre la familia, donde explica que en su país el matrimonio se fundamenta sobre todo en la idea de estirpe: «la vida de un hombre tiene menos importancia que la de una familia. En el régimen feudal, el castigo más terrible era la extinción de una familia existente durante varios siglos. Aún hoy, todo japonés instruido cree que la extinción de su familia en la mayor calamidad que pueda ocurrirle a un ser humano».

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07/09/2023 | Por | Categoría: Decadencia Occidente
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